EN HONOR AL MAESTRO
«La creencia que la realidad que cada uno ve es la única realidad es la más peligrosa de todas las ilusiones »
Paul Watzlawick ha atravesado como una estrella fugaz la segunda mitad del siglo pasado, iluminando con sus ideas, su trabajo y sus escritos generaciones enteras de estudiosos y profesionales, no sólo en el área de la psicología y de la sociología sino también en campos lejanos a las ciencias humanas como la economía, la ingeniería o las ciencias “puras” como la física y la biología. Sus estudios sobre la comunicación y el cambio trascienden, de hecho, las barreras disciplinarias y encuentran aplicación en cualquier contexto en que se comprendan las relaciones del individuo consigo mismo, con los otros y con el mundo. Su obra, como aquella de los grandes filósofos, no se deja limitar por las ideologías, ni por los límites de las perspectivas científicas: esta va más allá, desde la raíz del “como” el ser humano construye, es más, para decirlo con sus palabras, inventa su realidad. A la luz de su brillante estrella, son numerosos los pensadores y los profesionales que han tenido la posibilidad de construir su éxito y su fama. Basta pensar que Watzlawick es el único autor traducido en ochenta ediciones diferentes.
La llamada escuela de Palo Alto no habría existido sin su imponente figura y su capacidad de sintetizar el trabajo de eminentes estudiosos, como Gregory Bateson o Don D. Jackson y Milton Erickson, en un único y riguroso modelo teórico y aplicativo. Por otra parte, para dar algún ejemplo, el padre del constructivismo Hein Von Foerster, amaba declarar que era una invención de Paul Watzlawick, en el sentido que sin su ayuda, no se habría jamás vuelto así de reconocido. Lo mismo vale para Mara Selvini, Palazzoli y la escuela de Milán de terapia sistémica, que le deben no sólo la inspiración técnica sino también la difusión de su trabajo en el mundo. Todos aquellos que se insirieron en la estela del cometa fugaz Watzlawick pudieron reflexionar gracias a su luz y, frecuentemente, sin tener ningún contacto directo con él. Era, de hecho, suficiente referirse a la escuela de Palo Alto para adquirir estatus de respetabilidad científica y profesional. Todo esto vale incluso para mí, ya que sin él probablemente pocos habrían conocido mi trabajo. En cambio, gracias al libro El arte del cambio escrito juntos, me encontré inmediatamente en el centro de atención internacional. Nuestro Centro de terapia breve estratégica de Arezzo, si no se hubiera fundado a partir de su actividad y presencia, no se habría jamás convertido en el punto de referencia para la evolución de la terapia breve y el problem solving estratégico.
Otra prueba de la grandeza de su obra, está representada en que Paul Watzlawick ha sido también uno de los autores más copiados: hay quienes, después de haber copiado páginas enteras para un artículo, sin obviamente citar la fuente, luego se convirtieron en sus más ácidos detractores. Paul siendo una persona tolerante y siempre capaz de evitar conflictos -incluso cuando podían parecer legítimos-, en este caso y en otros, en lugar de denunciar y avergonzar públicamente al colega deshonesto, simplemente ha hecho notar directamente y con estilo la mala acción al culpable, sin ir más allá. El lector puede bien comprender como querer subrayar la relevancia de la contribución de este autor y pensador requeriría un volumen entero; además sus textos hablan mucho mejor de su trabajo de lo que lo podría hacer cualquier otra persona. Creo que, haber tenido el honor y el placer de compartir con Paul más de quince años de colaboración profesional y también de relación personal (juntos realizamos más de cincuenta wokshop y conferencias alrededor del mundo, escribimos tres libros y contribuimos a otros dos junto a los amigos Jeffrey Zeig y Camillo Loriedo), sea agradable ofrecer al lector, además de su obra, alguna anécdota que dibuje su personalidad. De hecho fue no sólo un maestro de ciencia y profesión sino también un modelo de estilo y filosofía de vida. Paul era un hombre de agradable presentación, sobriamente elegante y capaz de una sutil ironía, tan irresistiblemente simpático a los hombres como fascinante para las mujeres. Jamás exhibía su condición y se disponía con humildad con todos, manteniendo un comportamiento de quien es siempre listo a aprender una cosa más.
Hábil en las relaciones interpersonales, capaz del frio más helado y tajante como del calor más reconfortante, pero siempre con un estilo incomparable. Una vez, en la Sorbona de Paris, durante una conferencia, un participante lo interrumpió agrediéndolo verbalmente porque sus teorías estaban en contra de los fundamentos de la psiquiatría y del psicoanálisis. Él, con extrema calma le respondió: “usted tiene perfectamente toda la razón… desde su punto de vista…”, luego continuó a hablar entre los aplausos y la sonrisa del público. En otra ocasión lo vi dar comida “robada en un hotel” a los gatos callejeros de una calle veneciana: dejaba que se acercaran como si fueran amigos de otra vida. Llegados a Boloña desde Roma a bordo de mi automóvil, Paul comento mi forma de conducir con ironía, declarando que Italia debía ser acortada. Llegados al hotel que se llamaba “Los tres viejos” me pregunto donde estaban los otros dos. Su ironía fue de hecho aún más proverbial: estábamos a la espera de las maletas en el aeropuerto de Sevilla, la suya llego primero y, obviamente, la mía la última. Durante la tediosa espera, sobre la banda pasó una maleta gigantesca y el comentó “es definitivamente muy cómoda porque si no encuentras una habitación en un hotel, puedes dormir adentro”.
Las atenciones con las personas más queridas no eran jamás ostentosas sino así de delicadas y puntuales que maravillaban cada vez que las brindaba: considerada dulzura y en constante cortejo con su esplendida Vera; afectuoso y protector con Elisabeth, mi compañera, a quien adoptó como una especie de sobrina. Listo a tomar la belleza en cada una de sus formas, desde los colores de las colinas toscanas en primavera al fascinante encanto de los rascacielos de la bahía de Hong Kong al atardecer; desde el sonido ancestral de las hondas del pacifico de Carmel a la música sublime de Rachmaninov.
Finalmente, uno de los episodios que puede describir su personalidad y su estilo está representado en una sutil y poderosa enseñanza que me dejó muchos años atrás, durante un importante convenio. En esta ocasión, por primera vez tenía que presentar el método de la terapia breve, bajo su supervisión, para el tratamiento de los trastornos fóbico-obsesivos; como si fuera poco, debía realizarlo frente a un jurado compuesto por los eruditos más importantes y especializados del sector. Había preparado mi exposición obsesivamente, reservando el espacio a la disertación teórica, la presentación de los datos empíricos y la práctica clínica mediante videos que demostraban la real eficacia de la terapia incluso a un público de investigadores escépticos y colegas. Desafortunadamente el técnico de audio y video de la sala, mientras probaba mi video, por error había eliminado su contenido. Me di cuenta de todo pocos minutos antes de empezar la presentación. Como el lector puede bien comprender, yo no sólo estaba molesto y horrorizado por lo sucedido sino también frustrado y sobretodo deprimido previendo el fracaso seguro. Procedí a realizar mi presentación de manera decididamente menos asertiva de lo usual y cuando llegue a la parte demostrativa de la técnica, me disculpe con el auditorio por el problema que se había presentado: recité, en lugar de mostrar el video, las trascripciones, declarando su efecto. En manera totalmente contradictoria a mis previsiones, el público fue muy entusiasta y fueron muchas las declaraciones apreciando el trabajo presentado. Paul, que había observado todo desde el fondo de la gran sala, se acercó a mi y dándome una palmada en la espalda me dijo: “finalmente además de ser bueno te mostraste humilde y simpático…”. Hoy todos apreciaron tu “debilidad” y tu “error”… no he olvidado jamás esta lección.
Hoy, a pocos días de su muerte, escribiendo estas palabras siento aún más su ausencia. De todas formas, me siento contento ya que, además de una vida intensa y llena de belleza, tuvo una muerte feliz junto a su amada Vera. Creo que en este caso valga de verdad la siguiente cita: «cuando pierdes a una persona de verdad importante, en lugar de pensar en la desgracia de haberla perdido piensa en la fortuna de haberla tenido ».
Arezzo, Abril 2007 (in: “Mirarse dentro vuelve ciegos”, a cargo de, Wendel A. R., Nardone G., Ponte alle Grazie, 2007)
Giorgio Nardone